Alguna vez se le pregunto a Lord Byron, mientras visitaba Venecia, ¿Qué haces? Y el, comulgando con su elevación, contesta extasiado “!Contemplo las estrellas!” Cursilería para unos, ridiculez para los más, símbolo de sutilezas extrañas para unos pocos. Es que, en aquella pequeña frase podemos advertir, sino resumir el tema que nos trata en esta ocasión, me refiero a la aristocracia del espíritu. La mayoría los señalará como arrogantes, como auto-administradores de una condición elevada, narcisistas, megalómanos… los adeptos a la psicología descubrirán traumas y complejos –no sin cierto temor e ira in-expresa- en estos individuos. Mas, una pequeña minoría nos quedaremos, al menos intrigados por quienes, sobresaliendo de entre el gentío, adoptando una postura erguida y altura mayor pues están sobre hombros de gigantes, de esos gigantes que les precedieron, se han empeñado en observar lo que muchos ni siquiera ven, en preguntarse y cuestionarse sobre lo oculto, en emitir comentario sobre el tabú, en extasiarse por la sencillez, en construir y vivir una realidad a-convencional y por ello quizá mas original y certera que la compartida por la mayoría.
Comencemos diciendo la quizá, ya consabida, pero necesaria referencia a la etimología de aristocracia, que proviene de aristos=mejor y cratos=poder, entonces, seria el poder ejercido por los mejores, si bien es cierto, esa fue una de las clasificaciones de los gobiernos que, junto con la monarquía y la democracia, enunció Platón, sin embargo, esta idea trascendió hasta dar lugar a una sociedad de orden estamental donde este agregado o dote de “mejor” se obtenía por vía sanguínea, la llamada nobleza o aristocracia de sangre. Entonces tenemos que el término se utiliza en un orden político para pasar a un ordenamiento rígido social. Pero es en el Romanticismo en donde, tras la influencia de muchas ideas en torno al plano político, moral, social se toma en consideración la nobleza que implica la fijación hacia el arte, hacia la originalidad, significando esto un quiebre que dará lugar a la aristocracia del espíritu, lo que a decir de Pablo Peña, será en definitiva el emulo entre la aristocracia fundada en el origen cuasi divino de la cuna, a un origen igual, mas no de la cuna, sino del ingenio.
Generalmente, se suele emparentar esta nueva aristocracia con la distinción del vestir, que viene a ser una suerte de panfleto ambulante, la persona en si constituye una moral física si se quiere en la que la pulcritud del atuendo y no pocas veces la excentricidad o peculiaridad de los mismos, dan una lección del deber ser, personas como Baudelaire, Balzac, Dalí suelen encajar con estas características, pero ¿Cómo diferenciar un individuo de estas características de un modelo actual, de un Beckam o una Paris Hilton? Sencillamente podríamos decir que los primeros fueron literalmente prodigios en su arte mas, los segundos son, en palabras de Felix de Azúa “mercancía” y añade que es imposible pensar en ellos como individuos, sino solo como mercancía pues su función es la del escaparate, llegando estos últimos al extremo de vender derechos de imagen, sabiendo que ellos no son los poseedores de su imagen sino quienes los ven, de modo que ilógico seria cobrar por algo que ellos no poseen, reflexión interesante del Dr. Azua. En definitiva el mundo capitalista promueve la invención de estas patrañas mediáticas, ahora los llaman “metrosexuales” refiriéndose al hombre que “exquisitamente” y con toques andróginos se desarrolla en la metrópoli. Ya habremos advertido que el personaje al que hemos dedicado estas líneas se relaciona directamente con el Dandy, incapaz de ser copia en lugar alguno, teniendo la integridad intelectual y la inspiración creativa siendo una cátedra de cuerpo entero –lo que le impide radicalmente comercializar su imagen- y muchas veces productor de estética pura, entonces eso hace imposible comparar un maniquí trajeado con los tonos medios, con la venia social, con la esterilidad creativa, con los paradigmas de esta aristocracia.
Entonces no es el vestido, el cual muchas veces no es mas que la sublimación de su interior, el que lo caracteriza, sino sus ideas, su forma de ser, su perspectiva, su afán de periferia, la inquebrantabilidad de lo que para él es una moral superior –ciertas veces en franca oposición a lo socialmente establecido- su estado no-burgues, inconforme, apesadumbrado. Esto hace la diferencia entre la mera apariencia del verdadero aristócrata del espíritu. Para este último el dinero no es sino un medio para expresarse de forma grata, no un fin, no la acumulación puritana y estéril. Es su aprecio por lo ignorado, su reivindicación del mal lo que le da carácter a este personaje, recordemos al guerrero Samurái que, batiéndose en combate o en circunstancias de otra índole, perdía o se le arrebataba su honor y recurría al seppuku –tan rígido y ritualizado- para recuperar su honor perdido, en este acto noble no se puede ver sino el desapego por el orden material y el predominio fundamental de una moralidad y pundonor superior como lo expreso en su suicidio ritual Yukio Mishima en los años setenta. Es por ello que en Japón el ritual es tan elaborado en el té, el vestirse, el saludo. O de manera mas grafica podemos apreciar todo ello en esta expresión de Junichiro Tanizaki “dudaba yo sobre el lugar que elegiría ese año para ir a ver la luna de otoño y me decidí finalmente por el monasterio de Ishiyama” creo que esta breve cita tiene vida propia y no necesita comentario alguno. Termino no sin antes referirme al hecho de que esta condición no es propiedad de nadie, tampoco es deseable ni adecuado creo yo, que alguien se la arrogue, basta con verla como una actitud bastante buena, penosa quizá también respecto de la vida, en relación a todo lo que nos rodea, siendo esta aristocracia del espíritu por sobre todo una capacidad un tanto mas pulida para la sorpresa, para el asombro, no es ajena a nadie, pero también diremos que no es material sino espiritual, entonces no es real sino utópica, de modo que en cierta manera no implica el ámbito del ser, sino del deber ser y por ello mismo es un ideal y como tal, sujeto al desprecio, a la hipocresía, al desdén. Queda en cada uno al menos valorar este deber ser del día a día y permitirnos preguntarnos ¿en que lugar veremos la luna de otoño? AVE AETQUE VALE
--NAGARE--